Si la prudencia llama, ¿quién contestará?
En una temporada de abundancia, ojalá la circunspección encuentre albergue.
No existe tal urgencia como creemos. Muchas veces, lo que llamamos prisa es planificación tardía, decisiones aplazadas que terminan pasando factura en el momento menos oportuno.
Al que se asume rey de la prisa, que la carga en la fila del semáforo, en la del banco, en la del supermercado o incluso al servirse la comida en el junte con los seres queridos, hay que confrontarlo.
Que choque con el otro extremo. Que abra ojos y oídos para entender que su realidad no es la única. Que tenga más compromisos no significa que su tiempo valga más.
Rostros vemos; procedencias no conocemos. Cada uno es hijo, madre, padre, sobrino, tío, amigo, pareja o, simplemente, humano. Y por esa condición, merece consideración.
Es una época en la que el malgasto se estaciona en una esquina y, al cruzar la calle, tropieza con la necesidad como vecina.
Comprar solo lo que se va a usar. Comer lo que se puede. Habitar espacios donde seamos bienvenidos. Tal vez ahí esté el verdadero contrapeso a la prisa.
En medio del caos navideño, seamos el polo remoto que desacelera. Que, al contar quién falta, no falte nadie; que la prisa no nos robe el sueño sagrado de una mesa completa.
Porque no todo lo que corre llega mejor, y no todo lo que se acumula hace falta.
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